inteligencia-emocional

La Inteligencia emocional es un concepto acuñado no hace mucho tiempo, en el año 85, y popularizado posteriormente (año 95) por el autor estadounidense Daniel Goleman. El término se refiere a la capacidad para reconocer, comprender, utilizar y gestionar los sentimientos propios y ajenos.

A priori puede parecer que esto es algo “de mayores”, es decir que solo corresponde al mundo de los adultos y es demasiado complicado para los niños, pero nada más lejos de la realidad. La capacidad de los seres humanos para manejar sus emociones es una capacidad que se desarrollar desde que el niño nace. De hecho, según LeDoux, el autor de El cerebro emocional, las primeras interacciones que el niño tiene con el mundo, y en concreto con sus figuras cuidadoras supone un importantísimo aprendizaje emocional, de tal potencia que deja su impronta en el cerebro del bebe de forma que repercutirá en el resto de si vida. En este periodo, el pequeño humano posee un cerebro inmaduro, cuyo hipocampo (esencial para integrar los recuerdos y emociones en una historia y entenderlos) y el neocórtex (base del pensamiento racional) aún no se encuentran desarrollados, pero aun así la primitiva amígdala, que madura muy rápido y conserva la memoria emocional férreamente,

Cuando llega la etapa escolar muchos padres y educadores se encuentran preocupados por el rendimiento académico y la capacidad intelectual del niño, pues es “comúnmente sabido” que  una persona con un coeficiente intelectual alto, será la persona que tenga éxito en la vida. Sin embargo, hace ya tiempo que los estudios de la inteligencia apuntaron que el modo convencional de medir la  inteligencia no reflejaba la capacidad real total de las personas, pues no tenía en cuenta la inteligencia interpersonal (la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas) ni la inteligencia intrapersonal (la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios). Además, si nos fijamos en las exigencias de la sociedad y del mundo laboral actual ya no se valora tanto la inteligencia como la conocemos habitualmente, ni siquiera la formación o la experiencia, sino que lo que se buscan son personas con estabilidad emocional, autocontrol, capacidad de motivar y de motivarse, y que sepan relacionarse con ellos mismos y con los demás.

Desarrollar su inteligencia emocional es una gran inversión, ya que implica ayudarles a conseguir una personalidad madura y equilibrada. A continuación veremos algunas sugerencias para desarrollar la inteligencia emocional de los más pequeños.

Para  conseguir reconocer emociones propias primero las emociones han de haber sido reconocidas por los demás. Este es un punto clave del desarrollo del niño y ayuda mucho, sobre todo en los más pequeños (1-3 años), que seamos nosotros los que identifiquemos sus emociones, se las expliquemos y respondamos a ellas. Ocurre con los niños que se sienten mal, pero no saben si están tristes, enfadados, tienen hambre o sueño, y además, su incapacidad para hablar les impide expresar lo que sienten  Un ejemplo de ayuda en todo esto es el padre/madre que ve a si bebe con una rabieta y conociendo que ha dormido mal actúa, le lleva a la cuna y le explica: “lo que te pasa es que estás muy cansado, ya verás que bien te sienta la siesta”

Para desarrollar su empatía o reconocer las emociones de los demás debemos animarles a que se pongan en el lugar del otro. Hasta los 3 o 4 años eso les será difícil, pues viven en un mundo en el que todo es él y todo es de él. A partir de esas edades debemos animarles a pensar “¿Cómo crees que se ha sentido tu amiguito cuando le has quitado el juguete?, ¿Cómo te sentaría si te lo quitase el a ti?”, “¿Qué crees que le pasa a mamá si la hablas mal?”, y también explicarles “El patito de la historia no está triste porque sea feo, sino porque sus amigos no quieren jugar con él”. En este sentido también es importante que no seamos ambiguos con nuestras propias emociones: “Mamá está enfadad pero aun así te da un beso y un abrazo”.

De la misma forma que para saber que sentimos necesitamos que antes alguien nos haya reconocido que sentimos, para regular lo que sentimos debemos haber sido regulados en nuestras emociones antes. El niño que no ha sido abrazado para clamarle ante el miedo, al que no se le ha dicho “shh tranquilo, todo va a ir bien”, cuando viva esa emoción de más mayor no sabrá qué hacer con ella y le inundará, sin embargo el que si ha sido regulado en esa emoción se diría a si mismo: “shh, tranquilo, todo va a ir bien”

Es importante, además de Identificar, poder nombrar correctamente a las emociones. Las emociones hay que hablarlas, y nuestra misión como padres y educadores es escucharlas. Pese al cansancio o al posible desgaste es importante poder dedicar tiempo a escuchar a los niños, pues si no lo hacemos ellos aprenderán que “sus cosas” no son importantes, y se acostumbraran a no contarlas, a no expresar.

Debemos enseñarles también a los más pequeños que las emociones negativas también existen, y debemos permitir que las sientan. Necesitamos que desarrollen tolerancia a la frustración, que no tengan necesariamente al instante todo lo que quieran, que se aburran,  hacer los deberes aunque no les guste… Pero ser inteligente emocionalmente no es solo pasarlo mal, ni mucho menos, también es tener una actitud positiva ante la vida, motivarse a uno mismo, premiarse a uno mismo y saber disfrutar.

 

Irene Alonso Martínez

Psicóloga General Sanitaria y formadora en  Clínica Ciprea.

Especialista en infancia, adolescencia y Terapia de Familia

 

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